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Trabajo Libre. Miedo a lo efímero.

Tras el transcurso de la historia del arte durante sus milenios de existencia, uno concibe que en su gran mayoría de siglos el arte buscó la solución del problema humano: la muerte.
La búsqueda de los antiguos no halló respuesta alguna, así que los artistas crearon una. Los artistas desarrollaron la solución a la existencia, ya no tendrían que vivir en la incertidumbre, en el caos, sino que inventarían el orden, inventarían a Dios.
Crearon a Dios y crearon también lo que le sustentaría a lo largo de los siglos: la fe.
Tal era el desazón que sentían, que se contentaron con creer. Más adelante la fuerza de la fe hizo que creer pasase a ser “saber”.

Así fue como nacieron las primeras grandes obras de arte: los mitos, frutos del sufrimiento existencial. El caso es que perduraron a lo largo de los años, pues eran necesarios ya que el hombre prefiere creer en la nada antes que no creer. Sucede pues, el hombre gracias a estas “obras de arte” se siente tan dichoso, que decide exaltarlas con sus propias creaciones: Templos, estatuas, murales, relieves, los salmos, etc. El arte pasa a venerar al arte, a sí mismo.

De esa forma fue como nació la belleza en el arte: formas cuya manifestación provocan un goce sensorial y espiritual. La belleza tiene la función de recordar lo perfecto, lo eterno, lo ordenado, etc. La belleza tiene la cualidad de dejarnos absortos, distraídos, de hacernos olvidar la muerte. De elevarnos a lo sublime, al cielo.

Los artistas notan el poder de la belleza y lo utilizan para junto con las primeras obras de arte (los dioses) hacer del hombre un ser dichoso. Así pasa la mayor parte de la historia del arte, solucionando la muerte y con esto solucionando la vida. Pues como dijo Dumas: “¿Qué es la vida? Una espera en la antesala de la muerte”

Incluso al principio de la edad contemporánea (es decir, tras la revolución francesa; cuando se establecen los primeros estados separados de Dios) cuando se “destruyen” los dioses y reina el espíritu científico y racional, se continúa exaltando la belleza. Los hombres siguen adorando el vástago de Dios, siguen buscando lo bello en sí. Incluso para no sentirse culpables por haber matado a Dios crean la moral.

Los vanguardistas pasan a cuestionar todo este sistema del orden, de lo eterno y lo rompen. Introducen una revolución artística, el cambio es brutal. Exaltan un sinfín de cosas, pero no la belleza. Buscan valores intelectuales, buscan la plasticidad expresiva, formal, etc. Una vez más aunque carece de belleza y de divinidad, el arte provoca admiración, una admiración intelectual profunda.

Y uno se pregunta, ¿Para qué creaban todos estos artistas? ¿Será acaso la cabeza de algún viejo Dios? ¿Para qué el cubismo? ¿Para qué el impresionismo? ¿Para qué el arte abstracto? ¿Para qué el Pop? ¿Para qué el arte? ¿Para qué todo lo que hacen los hombres si se van a morir? Distraer, distraer, distraer, alivio y más alivio.

El arte, al igual que la belleza y la religión distrae. Alivia, pues ayuda a que el hombre se olvide de su condición efímera. Si la vida es como aquella antesala donde está el reo condenado a muerte, el arte es la revista que lee para distraerse, para por un momento olvidarse de que va a morir.
Bien, esto es lo decadente del arte (¿o lo glorioso?) que distrae de la realidad, nos lleva a fantasías maravillosas y nos encanta. Este legado de distribuidor de alivio existencial es el culpable de que cuando un sujeto vea una obra de los accionistas vieneses o de Joel Peter Witkin por ejemplo, se horrorice inexorablemente. Porque lo que hace Witkin según el legado de belleza, religión, alivio existencial, distracción, etc. es antiartístico.



Mother and Child. Witkin.


Joel Peter Witkin es un antiartista, no produce alivio existencial; más bien lo contrario. El Sr. Witkin es un buen ejemplo, porque en vez de darle al espectador una distracción de su condición efímera (como haría una novela de aventuras, Harry Potter, un cuadro de Liechtenstein, un ballet de Tchaikovsky, un cuadro de Constable, etc.) le da un cartel que en letras mayúsculas le recuerda que va a morir.
Lo relacionado con los muertos, con el tiempo, con lo efímero y demás cosas de ésta índole; producen un efecto de rechazo innato en el espectador. El hombre tiene el concepto “arte” como sinónimo de “bello”, “bueno”, “moral”, “eterno”, etc. El hombre puede aceptar a regañadientes que una botella de sopa de tomate sea arte, incluso si se esfuerza podría aceptar que un cuadrado negro sea arte. Pero de ninguna manera puede admitir que los muertos sean arte, que la muerte sea arte, que el dolor sea arte ni nada por el estilo. No le gusta ver algo que le recuerde lo temporal de la vida. Se ofende ante tales cosas, al igual que se ofende cuando ve imágenes profanas de su Dios. Se ofende cuando le exponen algo que no es bello, algo muerto y exclama con vehemencia “¡Eso es inmoral!”.

Estos antiartistas desafían la condición humana, el afán de perseguir la nada. Devuelven a las personas a su naturaleza, a su esencia, a lo que los convierte al fin y al cabo en seres humanos. No se debería tener miedo a lo efímero, más sabio sería tener miedo a la ilusión. Como ya dijo Platón “Los poetas mienten demasiado”.

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